martes, 16 de junio de 2009

Sojanismo (I)

“Derramarás mi semilla por la tierra y sólo tú recogerás el fruto” (Monsanto, 19:96)
Los 90 nacieron con la realización de un sueño de toda la vida bajo el brazo:

Se había alcanzado el empate con el dólar

A pesar de que algunas voces sostenían que el empate se había conseguido sobornando al referee, la convicción de que había sido merecido fue instalándose en la parte visible de nuestras zonas urbanas, hasta que esta certeza lo ocupó todo y condujo a una suerte de clímax colectivo.

Se desencadenó entonces una ola de hedonismo que se extendió por las ciudades argentinas; la búsqueda del placer individual se convirtió en una tarea casi exclusiva de una parte importante de la sociedad urbana; desear y tener eran hechos casi simultáneos; todos los placeres eran alcanzados, todos los excesos, aplaudidos.

Algunos pensadores constataron sin embargo un hecho preocupante: el derrame extático no había alcanzado a la Argentina rural. Al fin y al cabo, el campo argentino hace a la índole de nuestra identidad y merece como nosotros alcanzar el goce del individualismo absoluto. Estudiosos de diferentes disciplinas pusieron entonces manos a la obra.

La búsqueda de ese Punto G de nuestra Arcadia se convirtió en una obsesión para uno de ellos. Pasaba largos períodos de tiempo releyendo una y otra vez Las Sagradas Escrituras de la Propiedad Intelectual, labor ardua para la cual se había preparado toda la vida. Un día, ya superada la mitad de la década feliz, ocupado con un extenso párrafo que versaba sobre los enormes beneficios que acarreaba la uniformización de la vida sobre la Tierra, subrayó la cita con la que se abre esta crónica, y con alborozo concluyó que había encontrado ese Punto G. Por fin, la parte visible de la Argentina profunda podría vivir en un éxtasis individual pleno equiparable al de nuestras zonas urbanas visibles, y difundió su descubrimiento entre quienes desde sus campos empobrecidos sólo habían sido espectadores hasta ese entonces de lo que significaba disfrutar uno solo.

Había nacido el sojanismo.

En esos primeros tiempos, el sojanismo fue ignorado por una sociedad urbana entregada por completo a la realización de cada una de sus fantasías, y los pocos que sabían de su existencia, lo veían como una excentricidad productiva y por tanto dable de ser despreciada. El 1 a 1 todavía no había sido desempatado, y mientras se descorchaba champagne defendían el empate con uñas y dientes; no había otra cosa en qué pensar. Desconocían del sojanismo su aspecto profundamente individualista y narcisista, continuador y multiplicador en esencia de las prácticas hedonistas de los 90.

Pero, contra todo pronóstico, en el 2001 la Historia se empacó y decidió que su Fin no había llegado, y esta obstinación trajo consigo la peor de las pesadillas: el desempate. Del éxtasis individual se pasó sin transición a actos de flagelación colectiva inéditos en la Argentina, una parte importante de la sociedad urbana concluyó que los 90 habían sido una alucinación, e intenta lo que poco antes era impensable: ver al Otro y reconocerse en él. Cierto es que no aportaba tantas sensaciones positivas individuales, pero como sucedáneo de lo que se había soñado y realizado individualmente durante la década feliz no estaba mal; al fin y al cabo, ese Otro seguramente había sido compañero en alguna fiesta o viaje a Miami.

Pasa el tiempo. El Yo comienza a recuperar parte del terreno perdido, el Otro comienza a aburrir un poco.
Continuará...

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